jueves, 24 de febrero de 2011

Cartas .-

Como cada viernes par de los últimos veinte años, él se acerca hasta la oficina de correos del pueblo para echar su carta.  En un rito metódico y puntual, mete la mano en aquella boca de león cuadrada para asegurarse de que su misiva no queda retenida.  Ni los huesos doloridos, ni ese temblor cada vez más inevitable, le impiden seguir con su historia de ilusiones cruzadas. 

Como cada viernes impar de los últimos veinte años, él se sienta al hilo de la puerta de su casa para recibir directamente de manos del cartero, aquella correspondencia cargada de suspiros.  En un rito escrupuloso y sincero, acaricia el sello, lee el remite en voz alta, y con una pequeña navaja que siempre lleva en el bolsillo, rompe el sobre.  Ahora necesita de unas grandes gafas para poder leer, así que se asegura de cerrar bien la puerta de la calle, y con el apoyo raudo de una marra, se acerca hasta el aparador donde guarda las cosas importantes.

La lectura es lenta, complaciente, colmada de jadeos y miradas al cielo.  Para disfrutar aún más de esos momentos, se sienta en el patio de arriates verdes y rebosantes claridades, en su mecedora de madera, tan vieja como él, que se mueve al ritmo de cada frase leída.  Al llegar al final, no puede reprimir un lamento triste de temor ante la posibilidad de que esa sea la última carta recibida.  Dobla cuidadoso los folios y vuelve a guardarlos en el sobre, que ahora, mientras sigue meciéndose adelante y atrás, abraza sobre su pecho.

Aún hoy, todavía recuerda cuando una de aquellas cartas le fue devuelta por defunción del destinatario.  Algo que él se negó, que no pudo admitir.  Y sin lágrimas ni resquemores, siguió escribiendo, metódico, puntual en su viernes par.  Y como hasta ese momento, esperando al cartero tras la puerta cada viernes impar. 

No transcurrieron muchos viernes hasta que le llegó una nueva carta:  el sello era diferente y la letra también, pero no el remite.  La misiva venía cargada de los mismos amores ciegos, delirios y esperanzas, pero ahora más cálidos.  Él, absorbió esas energías renovadas, y comenzó a preparar la que sería su próxima epístola. 

Y así, en la distancia correspondida, ha seguido pasando el tiempo, las semanas con sus días alternos, los años con su acumulación de ilusiones.  Es más, ahora ya ni siquiera se plantea quién puede ser esa otra persona, que como cada viernes impar, le corresponde con una nueva carta, con letra diferente sí, pero igualmente repleta de quimeras.

viernes, 18 de febrero de 2011

El sueño .-

Era la primera vez que me ocurría algo así.  Me había despertado al oír mi propio grito.  Ese grito, que por necesidad tuvo que despertar a mi vecina, cuyo dormitorio está pared con pared al mío.  Pero nadie se acercó a mi puerta, nadie llamó al timbre ni se preocupó por ese lamento desgarrado que inconexo y bravo salió de mi garganta.  Jamás pensé que ese fuese mi grito de terror, más bien imaginaba sería como el chillido de un  niño temeroso.  Pero no, ese era un alarido de hombre, acojonado, pero de hombre, adulto.  Todo el mundo ha tenido pesadillas alguna vez, y algunas incluso tan reales que te hacen temblar sobre la cama.  Pero en este caso, mi pesadilla era otra cosa, era física, la sentía sobre mi cuello:  ese espectro, esa blanca señora con blanco pelo y fuertes muñecas, me ahogaba sin yo poder hacer nada... Y cuando ya creía que no iba a reaccionar, cuando pensaba estar mudo, entonces surgió mi voz desgarrada para rescatarme de ese blanco sueño de muerte.  No estaba sudoroso, ni despeinado, ni había revuelto la cama, ni aún siquiera, había saltado como un resorte.  Tantas veces viendo esto en las películas, pensé que sería igual en la vida real, pero no, no es así, casi ni me había movido.  Sí que me desvelé bastante asustado e intranquilo, incluso cansado, como si llevase toda la noche corriendo.  Cauteloso me puse unas chanclas y encendiendo todas las luces a mi paso, me fui hasta la estantería del salón para coger un libro.  Necesitaba borrar ese delirio como fuera.  Aunque eran solo las cuatro de la madrugada, me puse a leer hasta bien entrada la mañana.  Está claro que el libro elegido, aún cuando lo cogí al vuelo y sin pensar mucho, sí que me enganchó sobremanera, pero no me permitió relegar aquel oscuro sueño. 
Tras haberme dado una ducha caliente y desayunado frente al televisor, seguía teniendo latente la noche  pasada.  Y una vez arreglado el salón, y planchado unas cuantas camisas, todavía, seguía teniendo esa pesadilla en mi cabeza.  Ahora, con un café recién hecho y frente al ordenador, me doy cuenta, que no he olvidado nada.  Así, que no se me ocurre mejor forma para conjurar ese mal sueño, que contarlo. 

Un chaval de unos doce años, se levanta temprano en la habitación desnuda de una casa vieja.  Como cada mañana,  mira por entre los visillos, disimulado, sin encender la luz (sé perfectamente que ese chico soy yo, no me veo la cara pero sé que soy yo).  Los últimos días siempre le despierta el mismo chirrido:  un carro de la compra oxidado del que tira la vieja Pura “la Pelusa” que vive dos puertas más arriba.  Siempre va de negro, con una toca oscura que ha perdido el brillo de tanto lavarla.  Destacan las arrugas profundas de su piel blanquecina, unos brazos fibrosos, y un moño alto en el que se recoge una melena blanca de muchos años sufridos.  Como cada día, se para justo en mi puerta y mira hacia la ventana tras cuyos sucios cristales me agazapo.  Sabe que estoy ahí, observando, espiando sus pasos en el desigual adoquinado.  Y esa mirada me amenaza, me incita a callar y a volver a la cama.
Me visto rápido y casi sin desayunar, corro hacia la huerta de Pura.  Me pilla de camino al colegio.  Desde que su marido desapareció (dicen que se fue con una rusa joven del burdel), es ella quien se encarga de trabajarla.  La observo desde arriba del camino:  excava un hoyo en la tierra blanda y arañando con las manos, va enterrando unas bolsas que muy despacio ha ido sacando del carro.  Una ráfaga inesperada de viento me trae un olor a carne putrefacta y a calabaza reseca.  De pronto, se gira y me descubre nuevamente, amenazadora.  Corro sin parar y sin mirar atrás.
Durante varios días esta ceremonia de miradas y oscuros bultos se repite.  Hay veces que en mi huída caigo de bruces sobre un charco, pero raudo me levanto y sigo corriendo.
Una noche de curiosidad insomne, decido poner fin a mis divagaciones y destapar qué es lo que la vieja “Pelusa” esconde entre las tomateras y las matas de calabacines.  Armado de un pequeño azadón y alumbrado solo por la luna, comienzo a hurgar la tierra que receptiva me deja indagar en su secreto.  Cuando el olor nauseabundo me obliga a parar, surgen del terreno unos trozos de carne llena de gusanos.  Una nube ha tapado la luna y el viento silba fuerte entre los matojos.  Ahora aparece una mano, luego una oreja, un trozo de pie....  ¡Puag! ¡Qué asco!  La nube se marcha y el influjo de la luna despierta una esbelta sombra que la negritud me había evitado.  Me giro bruscamente y descubro a “la Pelusa” que intenta agarrarme del cuello.  Salto hacia delante, pero torpe en esa ciega huída vuelvo a caer entre los tomates que se revientan bajo mi espalda.  Ella me persigue, con un holgado y enorme camisón blanco, su pelo níveo ahora suelto y esas pálidas manos abiertas como tenazas.  Se abalanza sobre mí y con sus brazos aún fuertes, me bloquea.  Comienza a apretar los huesudos dedos sobre mi garganta. 
   
Y ahí me despierto.  No sé por qué se me aparece de pronto esta señora de la infancia que murió hace tanto tiempo, que ya casi se había borrado de mi recuerdo.  En algún sitio leí que los sueños siempre están ligados a la realidad, y que por tanto, éste pudiera ser la explicación de algo que se ha quedado sin cerrar, sin aclarar.  Pero, prefiero no pensar.  No tengo ánimo, ni ganas, solo ojeras y muchas ansias de dormir... a pierna suelta.

miércoles, 16 de febrero de 2011

La tecla de borrado .-

Es triste cuando tras un buen rato escribiendo, te das cuenta que tu historia no está llegando a ningún punto final, o ves que no está avanzando como quisieras, o simplemente que no te transmite nada de lo que inicialmente buscabas.  Es en ese momento de desengaño, cuando a mí personalmente me surge un segundo placer, alternativo, está claro que no igual que el de redondear un escrito, ni siquiera cercano, pero sí extraño.  Comienza el proceso de borrado.  Bien podría no grabar lo escrito, o simplemente cerrar el archivo sin pensarlo dos veces.  Pero no, yo prefiero aprovechar esa misma pantalla y volverla a dejar limpia de palabras sin sentido.  Entonces presiono la orden “Supr”.  Me encanta dejar pulsada esa tecla sobre el largo escrito: ver como esa pequeña línea negra en el monitor se va comiendo las letras al tiempo que presiono, ver como se va ajustando el texto que resulta...  No sé...  Me siento el dueño de un espacio que se regula a mi antojo...   Hasta que la pantalla, de nuevo, queda blanca.

En un minuto he borrado, lo que puede haberme costado escribir tres horas.  Pero no me importa.  He suprimido en la memoria de mi ordenador algo que realmente no me gustaba.  Ahora, me quedo quieto, casi sin respirar, con las manos sobre el teclado silencioso, y la mirada perdida en la ventana.  Pienso, que otro gallo cantaría si todo resultase igual de fácil en la memoria de mi cabeza, en el día a día que habito fuera del refugio de este pequeño escritorio.  Si todos los errores (y sus consecuencias) se pudiesen corregir de la misma manera, quizás hoy pudiera seguir manteniendo aquel trabajo, mi coche, ese amigo de la infancia, mi primera y última novia...  Pero entonces, sin esos errores, no sería yo, este que ahora está escribiendo. 

Creo, que casi prefiero seguir sintiendo ese placer extraño que es dejar pulsada la tecla “Supr”. 

sábado, 12 de febrero de 2011

"Primos" en un cine solitario .-

El otro día estuve en el cine.  En una de esas sesiones matutinas a las que no acude casi nadie, pero que se siguen dando en algunos centros comerciales.  Me gusta ir a estas horas pues el cine se convierte en el salón de mi casa:  escojo el mejor sitio del sofá y no tengo que aguantar las voces del vecino cuando habla por teléfono.  Solo me faltaría el control del mando a distancia, pero casi lo obvio porque cuando se apagan las luces, me meto de lleno en la pantalla.

Pues bien, el otro día tuve la suerte de acertar con la película: “Primos” de Daniel Sánchez Arévalo.  Amaneció un día gris, de esos que tu cabeza no para de pensar y buscar porqués.  De esos que hasta el desayuno te sienta mal.  Así que decidí tirarme a la calle (que es donde más se aprende) y buscar un lugar dónde apartar mis oscuros devaneos mentales.  Y andando, andando, llegué hasta la entrada del cine.  No lo dudé.  Había leído que el director quería cambiar de registro y hacer una comedia.  Ya me había reído bastante con “Gordos” aunque la película no dejaba de ser desasosegante y triste en la resolución de sus historias paralelas.  Pues eso, que no me lo pensé y me metí a ver “Primos”.

El arranque de la peli me dejó un poco sorprendido pues no esperaba un monólogo tan intenso, patético, triste, divertido, todo a la vez.  Pero cuando los personajes principales empiezan a perfilarse y te adaptas a sus planteamientos, a sus ideas, ya todo es un fluir continuo hacia la sonrisa, la melancolía, la carcajada, la fiesta, la sorpresa, la excentricidad...  Pero todo mezclado con medidas justas y dosificado en el momento oportuno.  No puedes evitar sentir simpatía por unos personajes que van del drama a la caricatura pasando por el simple gamberrismo.  Seguro que a más de uno le ha pasado esto alguna vez: viernes de juerga con los colegas, altas horas de la madrugada, con más alcohol que sangre, alguien propone ir a la playa, coger el coche y salir pitando hacia el mar.  Pues estos primos empiezan de manera parecida, pero a la búsqueda de aquel amor primero que sirva de revulsivo radical al problema de uno de ellos.  Y como antes decía, llega un momento, en que ya no puedes parar de reír.  Incluso cuando la situación es tensa, la sonrisa ya no se te desdibuja.

Total que acabó la película en un suspiro, y...  Estaba contento, sonriente.  Me había olvidado de las nubes grises y tenía hambre.  Genial, objetivo conseguido.

Bueno, no me enrollo más.  Solo añadir lo que ya antes creo haber transmitido, que la película me encantó, y los interpretes y sus personajes más todavía.  El papel del primo borracho es un mundo aparte, fantástico.  Y ella es verdaderamente ideal, como un buen bollo de canela con el café.  Aunque la verdad es que todos están bien.  Y el guión, mejor.  Daniel, lo próximo otra comedia por favor.

jueves, 10 de febrero de 2011

Para alguien que ya se fue .-


Cuando se percató de que era un fantasma, no se asustó como hubiera sido lo más lógico, sino que se aferró a la realidad de las sábanas que apretaba contra su pecho.  Pensó que de esa manera podría sentirlo aún más cercano.

Apoyado en el marco de la puerta, no se movía, solo la miraba.  Parecía como si esperase una señal, un leve gesto que le hiciese reaccionar.  Pero ella fue mucho más explícita:  apartó las sábanas y se hizo a un lado de la cama.  En un solo parpadeo, ya estaba a su lado, acariciando sus mejillas, sus ojos ahora llorosos, sus labios cada vez más cálidos.  Pero entonces... No se había ido.  Todo había sido un engaño, una burla amarga.  Pero...  Si solo hacía dos días que le había  despedido frío, como ahora era tan palpable, tan ardiente.  Pero...  Es que...  Ahí estaban sus manos, desnudándola del camisón viejo y despertándola con caricias nuevas.

No había tenido tiempo de olvidar su cuerpo, cuando ya estaba de nuevo bebiéndolo, aspirando su olor de tierra mojada, de árbol centenario.  Se dejó llevar.  Si él apretaba sus pechos, ella mordía los suyos.  Si él le lamía las orejas, entonces ella le absorbía el cuello.  Si él la abrazaba tenso, ella le agarraba del pelo para perderse en sus ojos.

No intercambiaron ni una sola palabra, no era necesario.  Estuvieron toda el tiempo pegados.  Aunque él terminó sucumbiendo al sueño y al cansancio, ella se negaba esos impulsos, prefería seguir disfrutando de ese cogote que siempre la había excitado, aquella terminación del cuello tan perfecta, esos remolinos de pelo que eran indomables.  Le miraba y no tenía la sensación de que fuese un fantasma, pero lo era, tenía que serlo...

Cuando sonó el despertador, solo pudo que darle un manotazo.  Entonces se apercibió de su desnudez , y de ese agotamiento tan profundo que da el sueño no conseguido.  Estaba todavía excitado.  En un arrebato de lucidez corrió hacia el escritorio, cogió el cuaderno en el que ella lo anotaba todo y comenzó a escribir:  “Esta noche he soñado con Bea.  Cuando me fui a la cama, ella me estaba esperando.  Hemos pasado la noche juntos... Sus manos...  Sus besos...  Su pelo...  Solo hace unos días que se fue para siempre, y hoy ha vuelto, como un fantasma.  Necesito apuntarlo todo para estar seguro, porque es cierto, sí ahora estoy seguro, he estado haciendo el amor con sus recuerdos.  Y eran tan reales, que no quiero olvidarlos.”

sábado, 5 de febrero de 2011

La sorpresa .-

Dígame...  ¿Cómo?...  ¿Quién?...  !!Venga ya¡¡...  No me creo que llames desde El Bonillo....  ¿Desde la Fonda Santiago? Ya decía yo que me sonaba el número....  Pero, ¿cuándo has llegado?....  ¡Tres días aquí y hasta ahora no me has avisado!....  Tú no tienes vergüenza, aunque no sé de que me extraño, te fuiste hace quince años sin decir ni pío y ahora vuelves como el hijo pródigo....  ¡No, no! Calla tú, ¿cómo que eso está ya olvidado?....  Lo habrás olvidado tú....  Ah claro, y la preocupación y el malestar que pasé yo era la misma que tenías tú....  Pero si hasta estuve en la puerta del cuartel varias veces tentado de entrar....  ¿Exagerado? Y menos mal que tu tía vino una tarde y me contó lo de tu escapada....  Bueno, está bien, vamos a dejarlo ir por el momento....  Sí, sigo en el taller, no sé hacer otra cosa, lo mío es el motor; ¿y tú?....  Joder, que bien te has movido ¿no?....  Es lo que tiene irse a otro país, que empiezas de cero, y de ahí todo es subir....  Que sí, que sí que no lo pongo en duda....  ¡Qué sensible vienes coño, no hay quien te sople!....  ¿Mis padres? Bueno, mi madre murió, cáncer, fulminante....  Gracias. Y mi padre está hecho un roble, todavía sigue saliendo de caza en cuanto se levanta la veda....  Ya....  Sí....  Aha, aha....  ¿Con una sueca? Que buen ojo has tenido siempre para las mujeres....  ¡No jodas!, ¿y se llevó a los niños?....  Ah, pero entonces los veranos sí que puedes verlos....  Los jueces españoles creo yo que son más justos; eso aquí no te hubiera pasado....  No, yo no me he casado, no he encontrado mujer que me aguante....  ¿La Trini? Bueno, la Trini sí que me gustaba, tú sabes bien que yo bebía los vientos por ella, pero es que ella los bebía por otro....  Coño, por ti, pareces tonto....  ¿No será que tú no querías verlo?....  No. Se fue: al año o así de irte tú para Alemania, a ella le salió un trabajo en Barcelona y ni se lo pensó. Desde entonces no se le ha vuelto a ver el pelo; dicen que se casó con un ingeniero....  Sí, casi mejor olvidar....  ¡¿Qué te has comprado una casa en Alcaraz?!....  Venga, quedamos en la puerta del ayuntamiento y me lo cuentas más tranquilamente....  En una hora....  Hasta luego.

viernes, 4 de febrero de 2011

El bolero .-

1. INT. CASA DE FERNANDA, DORMITORIO PRINCIPAL – NOCHE
               
Amplio dormitorio alumbrado por una gran cantidad de velas de diferentes colores y tamaños, que se reparten entre las mesitas de noche, el tocador y los alrededores de una cama impolutamente cubierta de sábanas de raso granate.  En la pared, sobre el cabecero de forja, un enorme crucifijo, así como dos cabezas de ángeles que lo secundan.  Sobre el tocador (aparte de las velas), útiles de maquillaje y una foto de bodas en blanco y negro, donde puede leerse “Manuel y Fernanda por siempre”.
Sobre la cama se encuentra Fermín (65), alto, fuerte, delgado, pelo blanco peinado de raya, gafas de pasta con cristal bastante grueso que está totalmente desnudo y con una potente erección.

FERMIN
De pronto, comienza a sonar en off la música del bolero NO SÉ PORQUE TE QUIERO.  Así, aparece en la entrada del dormitorio Fernanda (65), alta, delgada, pelo corto blanco permanentado, lleva insinuante un picardías rojo, que deja transparentar su desnudez, y trae una copa de cava en cada mano.

FERNANDA
(siguiendo perfectamente la música, canta)
Se acerca hasta él, le besa en los labios  y le da una de las copas.  Brindan y beben el cava.

FERNANDA
Mientras canta, ella se ha deslizado sobre las piernas de Fermín y se ha terminado introduciendo su miembro.  Comienza a moverse suavemente al compás de la música.  Fermín vuelve la cabeza sobre un pequeño papel sobre la almohada que le sirve de chuleta.

FERMIN
(siguiendo la música, canta)
Fernanda acaricia sus pechos con una mano mientras con la otra presiona el pecho de él y va subiendo hasta meter los dedos en su boca.
FERNANDA
FERMIN
(moviendo frenético sus caderas)
FERNANDA
(con gestos de placer)
Ella se derrumba sobre él y entre suspiros de cansancio, comienzan a besarse y acariciarse la cara y el pelo.  La música ha seguido sonando pero más débilmente hasta que para.

FERNANDA
FERMIN
FERNANDA
FERMIN
FERNANDA
(cortando a Fermin)
FERMIN
(se echa las manos a la cabeza y habla como para sí mismo)
FERNANDA
Fernanda se levanta de la cama totalmente ofuscada y empieza a apagar las velas de la habitación que se encuentra en su paso hasta la puerta del dormitorio de donde sale.

FERMIN
(sigue hablando para sí mismo)
Fermin se sienta en la cama apesadumbrado, cuando de pronto le caen sus ropas encima.  Fernanda se las ha tirado desde la puerta del dormitorio.

FERNANDA (off)
(desde fuera del dormitorio)
Fermin se viste lo más rápido que puede mientras farfulla maldiciones ininteligibles.  Apaga todas las velas que quedaron prendidas menos una que ilumina la foto de matrimonio anterior (es ahí donde se queda la cámara ya hasta el final).  Sale del dormitorio.  Se oye el PESTILLO DE UNA PUERTA que se abre.

FERNANDA (off)
FERMIN (off)
Se oye el golpe de un PORTAZO al cerrar.  Y de pronto comienza a sonar de nuevo el BOLERO y los tarareos de Fernanda desde otra habitación cualquiera de la casa.  Se oyen los PASOS que se acercan al dormitorio.  Se ve como coge la foto entre sus manos y la acaricia con suavidad.

FERNANDA

FUNDIDO A BLANCO.

(Letra del bolero tomada de la canción "No sé por qué te quiero" de Ana Belen y Antonio Banderas)

A la hora de la siesta .-

El calor era agobiante, realmente agobiante.  En la calle, solo un par de perros sin amo se quejaban con aullidos de esa presión flamígera que cortaba hasta la respiración.  Las terrazas cerradas, los toldos echados, y las persianas bajadas ocultaban del sol a esa mezcla variopinta de culturas vivas que se daban en mi barrio.
Un grito.  Otro.  Y hasta tres gritos más rompieron la tarde estival.  De la misma garganta de mujer.  Inconexos.
Algunos, podrían pensar que se trataba de la telenovela que alguien acababa de poner en su casa a un volumen descuidadamente elevado.  Otros que de la asistenta que obligada a planchar en siesta, se duerme sobre la mejor camisa de su señora.  Otros que de esa pesadilla inesperada que por inoportuna rompe el ligero cabeceo de la quinceañera sobre el sofá.
Pero, ciertamente, si alguien sabía de lo ocurrido, ese era yo. 
Solo yo, las manos aún sucias por los cascotes de piedra, el aliento aún cargado de vino barato, la mirada aún perdida por los celos.  Solo yo, golpes secos sin piedad.  Solo yo, fuerza y rabia  suficientes para machacar su cráneo con el martillo de obra...  Hasta hundirlo entre esa masa roja que ahora manchaba mi pecho.

Aquí Águeda, dígame .-

Hoy puede ser un gran día, plantéatelo así.  
Bien temprano y con esta alegre melodía bailando en su cabeza, se ha levantado de la cama y se ha calzado sus mejores zapatillas de estar por casa, las más cómodas, quizás también las menos viejas.  Ya en el baño, se ha cepillado tranquilamente la larga y cada vez más escasa cabellera blanca, y ayudada por un buen puñado de pinzas se ha hecho un moño alto bien prieto.  Cada día le cuesta más peinarse, pues la artrosis ha hecho estragos en sus manos, pero no deja de hacerlo así llueva o nieve.  Tiene claro que el día que no lo haga, ese será un mal día.  Luego, del armario ha tomado el vestido negro de cuello cerrado que le regaló su nuera el pasado año.  Y también el delantal oscuro de cuadros, aquel que tanto gustaba a su pobre Paco, que dios tenga en la gloria.  El día lo merece.  
Los rayos de un sol madrugador han empezado a colarse por las rendijas de la persiana, que nunca está del todo bajada.  La ausencia de cortinas hace que el salón se inunde de luz con las primeras horas.  Y allí, en el sofá grande y al lado del teléfono se ha sentado Águeda.  Bien aseada y arreglada, solo le queda esperar.  Aunque la empresa pueda no parecer sencilla, y los ochenta y algún años ya le pesen, ella se cree todavía con la vitalidad de hace diez.    
Suena el teléfono.  Incluso la mesita de formica que lo soporta ha empezado a vibrar con los timbrazos.  Pero ella deja que pite hasta tres veces, para luego, con mucha parsimonia y tranquilidad responder.

-       Aquí Águeda, dígame  -
-       Buenos días Sra. Águeda.  Ummmm  -  tras el auricular la persona titubea  -  No sé por donde empezar, ni como.  Es que me da un poco de vergüenza.
-       No se preocupe  -  intenta tranquilizar Águeda  -  Piense que podría ser su abuela, o mejor, que podría ser su vecina.  Venga mujer, no tenga apuro, cuénteme.  ¿Cómo se llama?
-       Bien pues resulta que... Me llamo Dolores... resulta que... que tengo hemorroides.  Pero me da mucha, mucha vergüenza ir al médico. El picor es a veces insoportable, mi marido me mira y se burla: “un día vas a sacar petróleo de tanto rascarte”  -  imita la voz masculina  -  A la que te voy, que a ver si usted sabe de un remedio casero.

De pronto, el teléfono de Águeda indica con dos pitidos entrecortados que le está entrando otra llamada.  Piensa: ¡Que casualidad!, ahora se me van a juntar todas las llamadas.  Pero actúa rápido.

-       Dolores no cuelgue usted, espéreme un segundo por favor  -  Y siguiendo las indicaciones que le dieron en telefónica, pulsa el botón de espera del aparato y vuelve a responder  -  Sí dígame.
-       Buenos días, soy Amparo  -  su hermana pequeña que va como siempre acelerada  -  Tengo que ir por tu barrio y he pensado acercarme a tu casa ....
-       Amparo, ahora te llamo que me pillas ocupada con otra cosa.  Hasta ahora  -  Y vuelve a pulsar el botón para recuperar la llamada anterior.
-       Dolores, ya estoy aquí  -  intenta retomar rápidamente el hilo de la anterior conversación.

A veces le falla la memoria.  Nada grave, pero a ella le preocupa.  Ella que nunca ha olvidado ni la tabla de multiplicar que aprendió cuando tenía seis años.  Sí, muy niña, pero es que en eso de los aprendizajes ella siempre ha sido muy precoz.  Pues eso, que a veces parece como que le cuesta recordar algunas cosas, y extrañamente las más cercanas.  Así que tras una visita rápida al médico de cabecera, éste le había recetado unas pastillas rojas muy buenas, que le estaban funcionando fenomenal.

-       Usted quería.... ah! algo para las almorranas, pero casero.  Hija y no le vale la crema que anuncian por la tele, esa puede comprarla directamente en la farmacia sin necesidad de ir al médico.
-       No Águeda, no me vale.  Mi parte se ha acostumbrado ya y es como el que tiene tos y se rasca el tobillo, vamos que no me hace nada.
-       Bueno, a ver, yo recuerdo de mi abuela un remedio casero que creo funcionaba muy bien:  se cuece un membrillo, se tritura bien para hacer una especie de crema, y luego se mete en la nevera.  Una vez bien fría, se debe usted untar esta crema en la parte como si de una pomada se tratase varias veces al día, según le duela.
-       ¿Y usted cree que eso me va a funcionar?
-       Y si no le funciona Dolores, pues se olvida de vergüenzas y se va al médico que es quien mejor le puede tratar estas cosas  -  sentenció Águeda  -  Y ahora cuelgue que le va a salir muy cara la llamada.

Desde luego, piensa Águeda, la gente cada vez es más rara.  Esto no pasaba en mi época.  ¿O será más bien, que a mi edad ya no tengo miedos ni reparos?.  Pero bueno, tampoco está mal, para ser la primera llamada. 
Hoy era el día que su artículo salía impreso en el periódico local, así que no debía esperar milagros.  O al menos, eso se iba diciendo ella misma.  Además, si esto lo he hecho para estar entretenida y así, a la misma vez, me siento más acompañada.  Ahora tengo que llamar a mi querida hermana, a ver que tripa se le ha roto.  Que nunca viene a verme y tiene que ser hoy, precisamente hoy, cuando quiera hacerme una visita.
Con la misma diligencia que contestó a la llamada, decide antes de nada, tomarse un buen desayuno, que luego no sabe si se le echara el tiempo encima.  Que ironía, sonríe, apurar el tiempo así, ahora, que a la vejez, si algo precisamente nos sobra es tiempo.
Tras su pan con aceite diario y leche caliente manchada de café, decide ponerse otra vez en marcha.  Y se ha vuelto a sentar en el sofá, cerca del teléfono. Ring, ring, ring… Parece que me ven, piensa mientras responde nuevamente al teléfono.

-       Aquí Águeda, dígame. -
-       Buenos días.  Mire yo llamaba  -  una voz femenina joven tras la línea  -  porque me gustaría saber cómo se hacen las gachas, pero esas de siempre, las que se comían en los pueblos.
-       Sí hija, gachas, las gachas de toda la vida - contesta Águeda que ahora se le va el pensamiento a los años del hambre después de la guerra  -  Pero si tu debes ser muy joven y eso, yo creo que no lo has comido tú en tu vida.  ¿Para qué quieres saber cómo se hacen las gachas?
-       Es que mañana viene del pueblo la abuela de mi novio, que tiene más años que Matusalén  -  responde la joven un poco indignada  -  Y a mí se me ocurrió preguntarle a Rubén, mi novio, qué comida podríamos prepararle para comer.  Y va y me suelta que gachas, que a su abuela eso es lo que más le gusta en el mundo.  ¡¿Por dónde preguntaría yo nada?!
-       Pues mira eso es muy fácil.  Apunta: si vais a ser tres para comer con que utilices un cuarto de harina tienes de sobra.  Bueno, a lo que vamos:  echas en la sartén cuatro cucharadas de aceite y unos granos de anís, cuando esté caliente añades la harina y remueves, ten cuidado no se queme;  agregas medio litro de leche y sigues removiendo para que no se haga grumos, luego le pones el azúcar y sigues moviendo, hasta que espese.  Y ya está  -  Águeda lo ha dicho del tirón, quizás lo cuenta como si ella misma lo estuviese haciendo, pero piensa que esa es la mejor manera.
-       Anotado.  Si tengo alguna duda, la vuelvo a llamar.  Muchas gracias sra. Águeda.

Hace mucho tiempo que ella no hace gachas.  Quizás precisamente por todo lo que le pueden recordar:  aquellos años de hambre, miedos y muerte.  Se comían hasta las mondas de patata.  Qué mal lo habían pasado.  Su Paco había luchado en el bando republicano, pero más que por ideas, porque la guerra lo encontró en ese lado.  Cuando todo acabó, estuvo durante mucho tiempo temeroso que le llegara una condena, desde el propio gobierno franquista o por el chivatazo de algún vecino... Que tristeza, cuanta pena.  Se echa las manos a la frente, como intentando borrar todo aquello.
Bueno, pues nada, vamos a lo nuestro, ya está la segunda, piensa alegremente colocándose bien el delantal y cruzando los brazos sobre el pecho.  Qué satisfacción, la del trabajo bien hecho... Y yo que pensaba que no me iba a llamar nadie Vamos por otra.  Venga suena ya, le dice al teléfono.
Y así es.  El aparato vuelve a sonar.  Una, dos y hasta tres veces:  una quemazón de la plancha en la camisa blanca del marido, un geranio lleno de pulgón, otra receta casera.  Para todo ha tenido respuestas adecuadas y sencillas.  Está realmente satisfecha y muy contenta.  Además, si es que el tiempo se le ha pasado volando.  Ya es casi la hora de comer.
Llaman a la puerta.  Había olvidado la visita de su hermana.  A ver que le suelta cuando la vea tan arreglada y con la comida todavía sin hacer.

-       Águeda, ¿me puedes decir qué es esto?  -  Amparo ha entrado como una exhalación y ahora le está señalando con un índice acusador el periódico local  -  Cuando lo he visto no me lo podía ni creer.  Y menos mal que me ha avisado la Patro, que si no, ni me entero de lo que has montado en tu casa.  ¿Te parece bonito, a tu edad, en tu estado?  -
-       Pasa para dentro y no des voces en la puerta de la calle, coño, que ganas de dar tres perras al pregonero  -  Águeda la empuja hacia el salón, mientras intenta darle una explicación que la calme.
-       Pero si no hace falta que yo lo diga, si se va a enterar todo el mundo, en cuanto lea esto  -  la hermana levanta el periódico y cerca de la cara lee en voz aún más alta  -  CONSULTORIO DE ÁGUEDA = remedios caseros, recetas, plantas, salud, belleza y si se tercia amor.  Teléfono 914732213.  De 8:00 a 20:00  Al principio pensé, será otra Águeda, pero cuando veo tu número... Explícamelo por favor antes de que me ponga más nerviosa.

Su hermana no entendería nunca lo que ha hecho, por muchas explicaciones que le diera:  que se siente sola, que las horas se le pasan vacías, que la televisión le aburre, que necesita un aliciente para seguir levantándose cada día o que ya se ha cansado de rezar rosarios.  También podría decirle que le duelen las rodillas y la cintura por ese orden, cada día más, y que por tanto, cada vez sale menos a la calle.  Que hay veces que tiene que comer pan duro migado en leche, porque no puede ni andar a comprar el pan de lo que le duelen las piernas.  Pero nada de esto entendería.   Ella es bastante más joven, fue la última hija que llegó de manera inesperada.  Ella está casada y tiene que bregar todavía con un marido jubilado que no suelta el mando de la tele, y un hijo mayor que cada año que pasa es más haragán y sinvergüenza.  Sus problemas son totalmente otros.  Ella no entendería verla de otra manera que no fuese tranquilamente viendo pasar la vida.  No, no podría entender lo que había hecho.
Así que decide no darle explicaciones.  Se mantiene callada mientras Amparo no para de gesticular y criticar lo que según ella es una acción descerebrada.
El teléfono vuelve a sonar.   Águeda prefiere no cogerlo y así no soliviantar más a su hermana, que sigue gesticulando y gritando.  Ella, sin embargo, tiene ahora otra preocupación más importante que aquellas voces y opiniones discordantes, y esa era su nuevo trabajo.
Suena nuevamente.  Y hasta una tercera vez.  Ya no puede más y agarrando suavemente a su hermana del brazo la acompaña despacio hasta la puerta.

-       Amparo, tengo mucho trabajo.  Ya ves que no para de sonar el teléfono.  Ahora no puedo atenderte.  Así que por favor si tienes algo que comentarme, con tranquilidad, me llamas a partir de las ocho de la tarde que cierro el consultorio.

Y volviendo al salón y al auricular:

-       Consultorio de Águeda, dígame.  -

Lo que más o menos sería un prólogo .-

En el recorrido vital que cada día vamos andando, siempre nos encontraremos muchas historias que contar, ideas que compartir, opiniones que no podemos callar o simplemente reseñas que tenemos que exponer.  Y eso, es precisamente lo que pretendo con este blog:  ocupar mi tiempo en recolectar esas  ideas, opiniones, historias que se me van ocurriendo (algunas que incluso me han llegado a ocurrir) a lo largo del camino.  En definitiva, hacer lo que a mí mas me gusta:  escribir.  No estoy muy seguro de cómo resultará esta aventura, ni siquiera si llegará a serlo, pero siempre se ha dicho que todo es cuestión de empezar.