sábado, 6 de agosto de 2011

La Casa Apagada - Terraza (parte VI) .-

Eran las siete de la tarde cuando se produjo el apagón en La Casa Encendida.  Nadie lo esperaba...


Terraza T Manuel
Cuando Manuel sube a la terraza, lo hace con la seguridad de que algo extraño está pasando.  Alertas que no suenan, alumbrados de emergencia apagados, puertas bloqueadas y además ese extraño resplandor que desprenden las nubes.  Todo es muy extraño: seguro que ya han llegado.  El apagón ha sido la señal.  Por fin han venido a buscarle. 
Lleva mucho tiempo esperando este momento.  No tiene miedo.  Está preparado.  No tiene que despedirse de nadie, no tiene que dejar ninguna nota, ni siquiera tiene que preocuparse por sacar al perro.  Sí, está preparado.
Se acerca al centro de la terraza.  El cielo comienza a abrirse.  Un intenso haz de luz le rodea.  Proviene de la nave estelar destinada en la Tierra.  Su continuo giro emite un sonido muy agudo.  Tres extrañas criaturas de enorme cerebro le tocan los hombros.  Y comienza a ascender.  Con ellas.  Tiene la impresión de que ya no pesa.  La intensa luz en el interior de la nave le obliga a cerrar los ojos.  Una música suave le rodea.  Está tranquilo.  Se encuentra preparado.
De pronto, un golpe seco.  Un grito se eleva desde la calle.


La Casa Apagada - Planta segunda (parte V) .-

Eran las siete de la tarde cuando se produjo el apagón en La Casa Encendida.  Nadie lo esperaba...


Segunda planta 2 Vicente y amigos
Este Vicente es un capullo.  Sabe de todo, y de todo más que nadie.  Y encima siempre me deja en evidencia, con ese regusto amargo del ridículo sin respuesta.  Estoy hasta los mismísimos.  No puedo con él, es que no lo aguanto.  Pero ya callaré yo a ese listillo.  Todo llega.
“Ey, tú pequeñín, has vuelto a bloquear la impresora.”  “A ver, enano, llevo esperando tu informe tres horas; a ti seguro que te da igual, pero yo no puedo perder así mi tiempo.”  “¡Por fin has terminado! Nene, ¿seguro qué tú has hecho una carrera universitaria?”
Este Vicente es un tío odioso, repelente, asqueroso.  Pero, ¿es que nadie se ha dado cuenta?  ¿¿Y ahora qué pasa??  Se ha ido la luz.  Lo que faltaba.  A este paso no termino nunca, joder.  Si es que no se ve nada.  Esta oficina sin ventanas es una mierda.  Realmente no veo ni mis manos. 
Me levanto tanteando las mesas con idea de salir al pasillo.  Sigo el revuelo de las voces.  De pronto noto una voz justo a mi espalda, sobre mi hombro: “Seguro que ha sido el enano. Me juego el cuello.  Habrá tocado algún fusible que no debía”.
Sin pensarlo dos veces, me aparto a un lado y pongo el pie a modo de obstáculo.  La zancadilla funciona y el capullo cae pesadamente al suelo.  Una energía inesperada me empuja: comienzo a pegarle patadas por todo el cuerpo.  No estoy seguro dónde golpeo: pecho, pierna, barriga, cuello, y a veces no acierto y me doy contra el parquet.  Pero continuo pateando una y otra vez hasta que me duele el pie.  No ha soltado un solo grito, ni un solo quejido.  Ojalá le haya partido la boca al primer puntapié.  Respiro alterado.  Me recompongo el pelo y, de nuevo, apoyándome en las mesas, emprendo el camino de salida al pasillo.
Sigo sin ver nada, pero supongo por las voces que todos estamos en el pasillo.  Todos menos él.  Y para cubrirme en salud, yo también me pongo a hablar: “Los teléfonos tampoco funcionan. Joder, ¿qué puede haber pasado?  Vicente, ¿serías tan amable de darme un cigarro?”.  No hay respuesta.