miércoles, 29 de junio de 2011

La casa Apagada - Entreplanta (parte III) .-

Eran las siete de la tarde cuando se produjo el apagón en La Casa Encendida.  Nadie lo esperaba...

Entreplanta E Germán y María
Germán acaba de descubrir dos hermosas manchas en su cazadora, justo a la altura del ombligo.  Está claro que no puede trabajar así, y menos hoy que le toca estar en la entrada.  Sin dudarlo, coge la placa de vigilante de seguridad y se la engancha sobre la barriga para ocultar la tela manchada.  María le observa desde la recepción y mientras guarda sus cosas en el cajón, piensa que es un chico mono pero un poco raro, y que si no fuera por eso, se tomaría gustosa unas cañitas con él. 
En cuanto tiene oportunidad, él se aproxima para observar más de cerca sus ojos verdes, para luego, bajar la vista en cuanto ella le responde.  Nunca sabe qué decir.  Y ella sin embargo, no para de rajar.  Además, está convencido de que perdería el tiempo: ella con sus muchos amigos, con sus bolsos, uno para cada día de la semana, ella, seguro que no siente lo mismo.  Pero hasta en eso se equivoca.
Inesperadamente todo queda a oscuras.  Él comprueba que la puerta de entrada está bloqueada. 
-         Bajo al sótano a revisar los fusibles - comenta seriamente.
Ella se levanta y le frena en seco:
-         ¿No se te ocurrirá dejarme sola?.
-         Sólo tardaré dos minutos - contesta él. 
Pero se queda.  Y enciende la linterna un segundo para hacerle saber que sigue allí,  a su lado.
-         Cuéntame algo - le pide ella con voz pequeña.
Un silencio frío les separa, pero de pronto Germán comienza a hablar: 
-         ¿Sabes que la forma en que crecen los cristales de hielo es una perfecta muestra del sistema caótico?  No hay dos cristales de nieve iguales.  Los copos no crecen lentamente en condiciones ideales de equilibrio, sino que cristalizan de forma rápida, dando lugar a esas formas arborescentes, cada una de ellas con detalles específicos en función de las condiciones meteorológicas.  El mundo y todo lo que contiene no sigue estrictamente el modelo de un reloj, previsible y determinado, sino que tiene aspectos caóticos.  Es lo que los científicos llaman la teoría del caos.  Así, causas pequeñas pueden producir grandes efectos.  En determinados experimentos, la acción conjunta de dos variables, en lugar de sumar sus resultados, pueden originar un efecto realmente impensable.  Así, la combinación de alcohol y droga, aunque sea en pequeñas dosis, puede llevarnos a consecuencias desmesuradas.  Siguiendo a Einstein, una pequeñísima porción de masa, bajo ciertas condiciones, puede liberar enormes cantidades de energía.  Imagina que sueltas un guijarro a dos mil metros de altura.  Teniendo en cuenta que la aceleración aumenta según la gravedad terrestre, producirá un efecto bastante doloroso sobre la persona que esté abajo, y eso sin ponderar el rozamiento del aire.  Vamos, que hasta la más pequeña gota de rocío caída del pétalo de una rosa al suelo, repercute en la estrella más lejana.
-         Respira hombre, respira - interrumpe ella totalmente desconcertada -.  Estoy pensando si no te apetecería luego tomar una cervecita conmigo.

viernes, 17 de junio de 2011

La Casa Apagada - Planta baja (parte II) .-

Eran las siete de la tarde cuando se produjo el apagón en La Casa Encendida.  Nadie lo esperaba...

Plantas 0/Baja  0 /B  Paula y Antonio 
Paula se coge del brazo de su marido mientras observa el espacio vacío: sólo unas luces que se encienden y apagan cada cinco segundos.  Sabe que en cualquier momento Antonio va a saltar con algún comentario grosero sobre el arte moderno, de ahí que se abrace aún con más fuerza a su brazo, en un amago tierno de evitar ese arranque violento que ya le conoce.  Fue de ella la idea de visitar la exposición antes de ir al restaurante donde han reservado mesa para las 20:30.  Van a celebrar sus quince años de casados y ella quiere que todo salga bien, incluso le ha comprado un regalo.
Inesperadamente, todo queda a oscuras.  Al principio les parece que forma parte de la exposición.  Sólo cuando el vigilante les pide que no se alerten, que en seguida vuelve, que va a averiguar qué ha pasado, son conscientes del apagón.  Ella tira suavemente de Antonio, hasta apoyar la espalda contra la pared que recordaba más cercana.  Calla, pues como le conoce, prefiere el silencio, es mejor no provocar.  Sin embargo, ocurre.
-         ¡Joder, Paula, mira que lo sabía!  Sabía que la mierda esta me iba a amargar la tarde.
-         Pero cariño como ibas a saber nada.  Se ha ido la luz y punto.  Eso nadie lo puede adivinar.
-         Pues yo ya me barruntaba algo.  Si es que no sé para qué te hago caso.  Cada vez que organizas algo la cagas.  A ver qué hacemos ahora aquí encerrados, a oscuras, y todo para nada, para ver tres tabiques pintados de blanco y una bombilla rota.  ¿Y a esto tú lo llamas arte? 
-         Yo no.  Esto lo llaman arte los expertos, que saben más que nosotros.
-         Sabrán más que tú, que no sabes ni ensartar una aguja.  Si es que eres como tu madre, que solo sabe escribir su nombre cuando tiene que firmar. 
-         Oye, no te metas con mi madre, que ya tuvo bastante con sacar adelante a cinco hijos.
-         Y así habéis salido todos, unos incultos, unos tarados.
-         Uy ya salió el catedrático, el licenciado en filosofía y letras, el vendedor de ¡colchones! más laureado.
-         Paula, no me toques los cojones, que ya me conoces.  Que sepas, que por lo menos, yo trabajo, cosa que tú no has hecho en tu vida.
-         Ah, muy bien, que no es trabajar el limpiar toda la mierda que vas dejando desde que te levantas.  Si no fuera por mí, no sabrías ni ponerte los calzoncillos a derechas.
-         Paula, que te embalas...
-         Antonio, que te pierde la boca...
-         Mira, paleta ignorante, a mí no me habla así ni mi padre.  Si por no saber, no has sabido ni hacer hijos, coño, tanto como te las das con los de otros.
Paula comienza a deslizarse contra la pared hasta acabar sentada en el suelo.  Las lágrimas no terminan de salir, más bien lo que tiene es una rabia contenida que hace que le tiemblen las manos.  Le da miedo esa negritud extrema.  Por su cabeza discurren desordenadas imágenes de lo que ha sido su vida los últimos años. 
Con la misma pausa, se consigue enderezar hasta ponerse a la altura de Antonio.  Comienza a acariciarle la cara como tantas veces ha hecho, con calma, con dulzura.  Él la rechaza airado.
-         ¡No me toques ahora, joder!  Que sabes que me pone más de mala leche todavía.
-         No cariño si ya no te voy a tocar más...
Con toda su rabia le da un rodillazo en los testículos.  Y cuando nota que se encorva, le coge de los pelos y le grita al oído:
-         ¡¡Vete a la mierda!!.
La puerta de la sala chirría al abrirse.  Se oyen unos tacones desorientados, pero resueltos, que suben las escaleras. 
-         Y esta jodida luz que sigue sin venir.

miércoles, 15 de junio de 2011

La Casa Apagada - Planta sótano (parte I) .-

Eran las siete de la tarde cuando se produjo el apagón en La Casa Encendida.  Nadie lo esperaba.  Solamente se había oído una golpe seco, por encima de las cabezas, en la terraza del edificio.  Fue como la explosión de una traca en el interior de una caja metálica.  Y luego, todo quedó a oscuras.  No sonaba ninguna alerta acústica, tampoco funcionaba el alumbrado de emergencia, y las puertas de salida, extrañamente, habían quedado bloqueadas.  Por las ventanas de la calle sólo entraba el pobre resplandor de unas nubes plomizas que no dejaban de descargar lluvia.  El apagón también había afectado a los edificios vecinos.  El tráfico siempre tumultuoso de la zona, que atronaba diariamente con sus cláxones, ahora se había esfumado.  Se diría que hubiesen cortado la calle tanto en Atocha como en Embajadores.  Era todo muy extraño.

Planta sótano SS Pedro y Hugo
Al entrar al auditorio, Pedro mira su reloj: “no son más de las 18:50, perfecto”.  Cuando cumplió los treinta se prometió no volver a llegar tarde a ninguna cita o evento, y aún menos al bufete, que es donde se supone que se debe dar más ejemplo.  Toma asiento, como suele hacer normalmente, en la penúltima fila.  Se quita el abrigo, se ajusta la corbata y observa a la gente que sigue entrando en la sala.  Los ponentes ya están sobre el escenario.  En la pantalla: “Explotación infantil. Derechos del niño. Soluciones.”  De pronto alguien llama su atención: sentado en la misma fila, pero cuatro butacas más allá de la suya, un joven lo mira entre distraído y atento.  Lo ha reconocido perfectamente, pero aún así no se lo puede creer.  Agacha la cabeza y simula buscar algo en el bolsillo: “joder, puta casualidad, mira que Madrid es grande”.  Desde que comenzaron sus escapadas nocturnas, y ya va para mucho, nunca le había pasado.  Y piensa que precisamente hoy le tiene que pasar.  Lo mira de reojo y coinciden sus miradas.  Ahora sí que se han reconocido, los dos, pero ninguno se mueve.
A Pedro le gusta salir solo alguna que otra vez.  Se inventa una excusa en casa y sale a tomar copas hasta la madrugada.  Un par de rayas y comienza la caza.  Por suerte, siempre encuentra algún chico borracho y guapo al que follar en el coche, en un hotel cercano o en el mismo servicio del local.  Después, vuelta a la rutina y todo olvidado.  Pero hoy, a escasos tres metros, allí está él, casi igual de atractivo o más.
Inesperadamente, todo queda a oscuras.  El coordinador les pide calma y que, por favor, no se muevan de sus asientos hasta que no se haya restablecido el servicio.
De pronto, una mano en la pierna le pone alerta.  Una lengua viscosa en la oreja que va resbalando despacio, hasta los labios.  Sabe quién es y lo que pretende.  Receptivo, aspira ese aliento sabroso de chicle recién escupido.  Está muy excitado y por un momento se ha olvidado de donde está, a lo que ha ido y a lo que se arriesga; simplemente se deja llevar.  La barba de tres días le estimula aún más y acelerado responde con rabia a aquellos ásperos besos.  Una diestra mano en la bragueta le hace temblar.  Ahora lo recuerda mucho mejor: aquella noche se había alargado más de la cuenta y cuando lo dejó dormido en la habitación, había estado tentado de anotarle su teléfono; nadie le había comido la polla de esa manera.  La oscuridad cada vez más ruidosa, se llena de quejas y cuchicheos, entonces la voz de Pedro estalla en un quejido gozoso que no puede reprimir.  Saca un pañuelo del bolsillo y trata de recomponerse con rapidez.  De nuevo nota el aliento ahora cerca de su oreja.
-       Bueno Pedro, ha sido todo un placer volver a NO verte. - Se oye el eco de un roce de asiento con ropa que se aleja...  Pero ahora vuelve, acompañado de una palmada en el paquete -. Por cierto, por si no te acuerdas, me llamo Hugo.  Mañana seguro que vuelvo.