miércoles, 15 de junio de 2011

La Casa Apagada - Planta sótano (parte I) .-

Eran las siete de la tarde cuando se produjo el apagón en La Casa Encendida.  Nadie lo esperaba.  Solamente se había oído una golpe seco, por encima de las cabezas, en la terraza del edificio.  Fue como la explosión de una traca en el interior de una caja metálica.  Y luego, todo quedó a oscuras.  No sonaba ninguna alerta acústica, tampoco funcionaba el alumbrado de emergencia, y las puertas de salida, extrañamente, habían quedado bloqueadas.  Por las ventanas de la calle sólo entraba el pobre resplandor de unas nubes plomizas que no dejaban de descargar lluvia.  El apagón también había afectado a los edificios vecinos.  El tráfico siempre tumultuoso de la zona, que atronaba diariamente con sus cláxones, ahora se había esfumado.  Se diría que hubiesen cortado la calle tanto en Atocha como en Embajadores.  Era todo muy extraño.

Planta sótano SS Pedro y Hugo
Al entrar al auditorio, Pedro mira su reloj: “no son más de las 18:50, perfecto”.  Cuando cumplió los treinta se prometió no volver a llegar tarde a ninguna cita o evento, y aún menos al bufete, que es donde se supone que se debe dar más ejemplo.  Toma asiento, como suele hacer normalmente, en la penúltima fila.  Se quita el abrigo, se ajusta la corbata y observa a la gente que sigue entrando en la sala.  Los ponentes ya están sobre el escenario.  En la pantalla: “Explotación infantil. Derechos del niño. Soluciones.”  De pronto alguien llama su atención: sentado en la misma fila, pero cuatro butacas más allá de la suya, un joven lo mira entre distraído y atento.  Lo ha reconocido perfectamente, pero aún así no se lo puede creer.  Agacha la cabeza y simula buscar algo en el bolsillo: “joder, puta casualidad, mira que Madrid es grande”.  Desde que comenzaron sus escapadas nocturnas, y ya va para mucho, nunca le había pasado.  Y piensa que precisamente hoy le tiene que pasar.  Lo mira de reojo y coinciden sus miradas.  Ahora sí que se han reconocido, los dos, pero ninguno se mueve.
A Pedro le gusta salir solo alguna que otra vez.  Se inventa una excusa en casa y sale a tomar copas hasta la madrugada.  Un par de rayas y comienza la caza.  Por suerte, siempre encuentra algún chico borracho y guapo al que follar en el coche, en un hotel cercano o en el mismo servicio del local.  Después, vuelta a la rutina y todo olvidado.  Pero hoy, a escasos tres metros, allí está él, casi igual de atractivo o más.
Inesperadamente, todo queda a oscuras.  El coordinador les pide calma y que, por favor, no se muevan de sus asientos hasta que no se haya restablecido el servicio.
De pronto, una mano en la pierna le pone alerta.  Una lengua viscosa en la oreja que va resbalando despacio, hasta los labios.  Sabe quién es y lo que pretende.  Receptivo, aspira ese aliento sabroso de chicle recién escupido.  Está muy excitado y por un momento se ha olvidado de donde está, a lo que ha ido y a lo que se arriesga; simplemente se deja llevar.  La barba de tres días le estimula aún más y acelerado responde con rabia a aquellos ásperos besos.  Una diestra mano en la bragueta le hace temblar.  Ahora lo recuerda mucho mejor: aquella noche se había alargado más de la cuenta y cuando lo dejó dormido en la habitación, había estado tentado de anotarle su teléfono; nadie le había comido la polla de esa manera.  La oscuridad cada vez más ruidosa, se llena de quejas y cuchicheos, entonces la voz de Pedro estalla en un quejido gozoso que no puede reprimir.  Saca un pañuelo del bolsillo y trata de recomponerse con rapidez.  De nuevo nota el aliento ahora cerca de su oreja.
-       Bueno Pedro, ha sido todo un placer volver a NO verte. - Se oye el eco de un roce de asiento con ropa que se aleja...  Pero ahora vuelve, acompañado de una palmada en el paquete -. Por cierto, por si no te acuerdas, me llamo Hugo.  Mañana seguro que vuelvo.

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