jueves, 26 de mayo de 2011

La espera .-

Alguien que conocí el otro día me contó que había leído en el periódico un par de artículos que le habían impactado; sobre todo por dos fragmentos que según esta persona, eran en sí literatura: en uno aparecía Hitchcock ante la mansión de “Psicosis”, y el otro trataba sobre el arquitecto Louis Kahn y su azarosa vida.  Me contó que había algo que unía esos dos espacios, pero no sabía que era.  A mí, buscando ese nexo se me ocurrió la siguiente historia:

La espera  .-

Levantó la cabeza pesadamente.  Como quien acaba de despertar de una pesadilla, la movió hacia los lados y se restregó incómodo los ojos.  “No puede ser, no me lo puedo creer, otra hora más de retraso. ¡¿Qué coño le pasa al puto avión que no llega nunca?!” se dijo levantándose del suelo.

La terminal de llegadas estaba casi vacía.  “Qué extraño” pensó.  A su derecha, una señora con mono amarillo no dejaba de limpiar uno de los escalones de subida a otra planta: pasaba la fregona y la volvía a pasar, una y otra vez por el mismo escalón, como si la canción que escuchara en su mp3 se repitiese lo mismo que su acción, como si no pudiese romper ese movimiento mecánico.  Las puertas no se abrían, nada en su interior parecía tener vida.  A su izquierda, sobre uno de esos incómodos bancos que pueblan los aeropuertos, se abandonaba al sueño un señor mayor.  “Seguro que espera el mismo avión”.  Se acercó hasta él y cogió un periódico que éste había dejado caer.  Directamente se fue a la hoja de los pasatiempos, que dobló para facilitar la escritura.

Se le daban bien los crucigramas.  Para la contabilidad financiera o el derecho civil, era malo, pero en los juegos era realmente bueno.  Comenzó la resolución sobre casillas blancas que pronto empezaron a llenarse de letras azules y alguna que otra tachadura.  Tras un tiempo le quedaban varias definiciones que se le atascaban, que le impedían completar el tablero.  Entre ellas:

Horizontales: 1.- Artífice de ironías y de inquietudes (9 letras)
5.- Miedo surrealista (8 letras)
Verticales: 9.- Filósofo de lo monumental (4 letras)
      3.- Acción de infringir la norma (12 letras)

“Llegada del vuelo”... “puerta 2”... Los altavoces le liberaron de esa tensión sin resolver.  Se acercó sin pausa hasta la barra que delimitaba las puertas de salida, y por la que ya empezaban a ser escupidos pasajeros ojerosos y cabizbajos, que resoplaban ante la pesadez de sus cargas.  Ahí estaba su hermana que sin ánimo ninguno le soltó dos besos y la maleta.  “Espera, espera un segundo, tengo que coger una cosa que se me olvidó” le replicó a ella mientras rápidamente volvía hasta el banco a recoger el periódico.  “A mí no hay crucigrama que se me resista”.

“Ostia, pero si ya está hecho”  Miró a ambos lados para cerciorarse de quién había podido completar las palabras que faltaban.  No había nadie, solo el vacío que de pronto empezaba a llenar la sala de espera, y la señora de amarillo que seguía firme en el mismo escalón.  Pero la verdad es que en letras rojas y recalcadas, estaban escritas las soluciones que antes no había encontrado:

Horizontales: 1.- Artífice de ironías y de inquietudes (9 letras) = HITCHCOCK
5.- Miedo surrealista (8 letras) = PSICOSIS
Verticales: 9.- Filósofo de lo monumental (4 letras) = KAHN
                  3.- Acción de infringir la norma (12 letras) = TRANSGRESIÓN

Y todas ellas tenían cabida y encajaban perfectamente.

miércoles, 4 de mayo de 2011

“S” cine .-

Aquel cine siempre olía mal, siempre estaba sucio.  Lo mejor era llegar tarde, cuando las luces ya estaban apagadas, y solo podías dejarte guiar por el fulgor de aquellas carnes en movimiento.  Era la única manera de no reparar en la butaca ocupada.
 
Y luego estaba ese guiño de complicidad que la vendedora de pañuelos de papel te hacía en la entrada: “Toma niño, para que te lo hagas con suavidad...”.  Que a mí sinceramente, no me hacía ninguna gracia.  Al contrario, me dejaba cortado y más temeroso todavía, con la marcada sensación de que estaba haciendo algo realmente pecaminoso.  Aún recuerdo el día que me dijo “Un día se lo voy a decir a tu madre”.  Se me quitaron las ganas de todo... hasta de ver la película.  Eran tiempos de represión silenciosa.

Cuando lo cerraron, no solo fue un tremendo choque para mí que veía frenados mis instintos de evasión febril, sino también para todo el barrio, que al contrario de lo esperado, se llenó de pervertidos sin rumbo.

lunes, 2 de mayo de 2011

Pura fibra .-

A mi vecina Teodora, la de la puerta C, le gusta comer carne cruda.  Y cuanto más fibrosa y dura de masticar, mejor.  Ella misma me lo dijo una vez que coincidimos en el mercado.  Es más, varias fueron las ocasiones en que la encontré saliendo del ascensor, aún con el filete en la mano y unas gotas de sangre corriendo por su barbilla.  Pedía disculpas rápidas tipo “no podía aguantar más el hambre”, y sin avergonzarse lo más mínimo seguía comiendo.  Yo callaba y agachaba la cabeza muerta de asco, mientras me hacía a un lado para que saliera.

Hace unos meses, con la excusa del azúcar, se me coló hasta el salón, tomó asiento y empezó a contarme que tenía ganas de probar cosas nuevas, nuevos sabores, nuevas texturas.  Por eso, cuando al poco tiempo desapareció la señora del tercero, lo primero que me vino a la cabeza fue la imagen de mi vecina de la puerta C, no sé por qué.  Todo el mundo comentaba, que seguramente no sería tal desaparición, sino más bien una de esas escapadas que hacen las viudas a casa de los hijos.  Pero cuando Teodora vino a pedirme prestado el cuchillo eléctrico, el de “sierra grande”, una chispa de terror sacudió mi cerebro y me hizo estremecer las rodillas.  Tuve hasta que sentarme.  Según ella, había comprado a muy buen precio, un gran centro de cerdo, muy fresco, “de esos que todavía tienen sangre entre las carnes”, y tenía que deshuesarlo.  Cuando se marchó a su casa, yo seguía temblando.  Llena de miedos y sospechas, y casi con lágrimas congeladas, cogí el teléfono y llamé a la policía.  No sé cómo siquiera articulé palabra, pero logré montar una denuncia coherente.

Hoy, mi vecina del portal C, supongo que sigue comiendo carne cruda, pero en la cárcel.  Mi aversión y desconfianza infantiles a la gente que le gusta la carne poco hecha, puso fin a sus festines entre el vecindario.  Ahora casi no puedo dormir, pienso en aquella nevera llena de sangre y vísceras, y el sueño se esfuma, igual que mis apetitos.