lunes, 2 de mayo de 2011

Pura fibra .-

A mi vecina Teodora, la de la puerta C, le gusta comer carne cruda.  Y cuanto más fibrosa y dura de masticar, mejor.  Ella misma me lo dijo una vez que coincidimos en el mercado.  Es más, varias fueron las ocasiones en que la encontré saliendo del ascensor, aún con el filete en la mano y unas gotas de sangre corriendo por su barbilla.  Pedía disculpas rápidas tipo “no podía aguantar más el hambre”, y sin avergonzarse lo más mínimo seguía comiendo.  Yo callaba y agachaba la cabeza muerta de asco, mientras me hacía a un lado para que saliera.

Hace unos meses, con la excusa del azúcar, se me coló hasta el salón, tomó asiento y empezó a contarme que tenía ganas de probar cosas nuevas, nuevos sabores, nuevas texturas.  Por eso, cuando al poco tiempo desapareció la señora del tercero, lo primero que me vino a la cabeza fue la imagen de mi vecina de la puerta C, no sé por qué.  Todo el mundo comentaba, que seguramente no sería tal desaparición, sino más bien una de esas escapadas que hacen las viudas a casa de los hijos.  Pero cuando Teodora vino a pedirme prestado el cuchillo eléctrico, el de “sierra grande”, una chispa de terror sacudió mi cerebro y me hizo estremecer las rodillas.  Tuve hasta que sentarme.  Según ella, había comprado a muy buen precio, un gran centro de cerdo, muy fresco, “de esos que todavía tienen sangre entre las carnes”, y tenía que deshuesarlo.  Cuando se marchó a su casa, yo seguía temblando.  Llena de miedos y sospechas, y casi con lágrimas congeladas, cogí el teléfono y llamé a la policía.  No sé cómo siquiera articulé palabra, pero logré montar una denuncia coherente.

Hoy, mi vecina del portal C, supongo que sigue comiendo carne cruda, pero en la cárcel.  Mi aversión y desconfianza infantiles a la gente que le gusta la carne poco hecha, puso fin a sus festines entre el vecindario.  Ahora casi no puedo dormir, pienso en aquella nevera llena de sangre y vísceras, y el sueño se esfuma, igual que mis apetitos.

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