jueves, 17 de marzo de 2011

Desnuda ante el espejo .-

Cuando Azucena pidió alojamiento temporal a María, era porque acababa de romper con su novio.  Realmente esa era la razón por la que no tenía donde ir.  La última discusión, con bofetada incluida, le había permitido ver las cosas mucho más claras:  “¡A la mierda Víctor! ¡Me voy ahora mismo! Prefiero dormir en la calle, a compartir un segundo más el aire podrido que respiras”.

María, su compañera de facultad antes que dejara la carrera, la encontró ese mismo día en el descansillo de su casa, con una maleta, una mochila, una lámpara de mesa y un regimiento de lágrimas en las mejillas:  “Solo serán unos días... ¡Es un hijo de puta!...  No puedo volver a casa...  ¡Menudo cerdo!... Mis padres no entenderían nada...  ¡Pero que pedazo de cabrón!...  Cuando encuentre un piso asequible te juro que me marcho...  ¡Ay... Es que...  Es que es...!  Por favor”.  Azucena terminó instalándose en el sofá cama del salón.  El equipaje sin deshacer fue abandonado bajo la mesa del rincón, la lámpara junto al televisor.
 
Los días transcurrieron rápidos, o al menos eso es lo que ella pretendía.  No quería pensar.  No merecía la pena dedicarle un minuto de su tiempo.  Estuvo viendo varios pisos, visitando algunas agencias, revisando los periódicos de segunda mano, cenando con embutido, abandonándose al televisor... y llorando por aquel abandono al que se veía sometida...  No podía evitarlo.  Lo peor era, que esas lágrimas se le estaban haciendo muy amargas, y conforme pasaban los días sin noticias de Víctor, el rencor se le iba convirtiendo en odio y la desidia en rabia.

Sin embargo, y aunque pareciera imposible, la situación podía empeorar aún más.  Ahí estaba el predictor para confirmarlo.  Desde entonces, cada noche, sobre el sofá cama, permanecía insomne planeando la forma de deshacerse de ese niño que la estaba desgarrando por dentro, y cuya semilla originaria, ahora detestaba más que nada en este mundo.  En esto estaba sola, no podría recurrir a nadie, no la entenderían... No, nadie la entendería.

Aquel último domingo del mes, su compañera de piso había ido a hacer una visita a sus padres.  Azucena no esperaba a nadie.  Era el momento.  Ya tenía preparado todo lo necesario.  Totalmente desnuda se encerró en el cuarto de baño, frente al espejo.  Colocó la foto del “cerdo abusador” encima del lavabo.  “Ahí donde puedas verme bien, que no te pierdas un detalle de lo que voy a hacer.  Todo esto es por tu culpa, cerdo miserable.”  En la mano derecha esgrimía una aguja de hacer media, larga y gruesa, que aún no sabía exactamente como iba a utilizar.  Estaba decidida: subió una pierna sobre el taburete de plástico, y con pulso firme, despacio, hizo amago de introducirse la aguja como si de un tampón se tratara.  Pero no lo hizo, le faltaba valor.  El espejo le devolvía una imagen desolada y rabiosa.  Bajó la pierna al suelo y agarrando la foto de Víctor comenzó a gritarle: “¡Dios mío, no sabes cuanto te odio!¡Te odiooooo!”  Concentró todo ese rencor, todo esa rabia en su propio cuerpo, en el ser que estaba empezando a generarse en sus entrañas.  De inmediato, comenzó a ponerse colorada, granate, no podía ni respirar, el deseo de venganza era extremo.  Violentamente clavó la aguja en la fotografía, en la cara sonriente de su ex.  “¡Ojalá te mueras cabrón!!”... Al mismo tiempo, un hilo de sangre inició el descenso por sus muslos, sus rodillas, y unos grumos sanguinolentos le bajaron hasta los pies.  Totalmente sorprendida, tiró una toalla al suelo para que empapara la sangre.  Con ella cayeron la foto, la aguja limpia y unas gotas de saliva temerosa.  Se metió en la ducha de un salto y se dejó purificar por el agua caliente.

Justo cuando terminaba de secarse sonó el teléfono.  Recogió la toalla sangrienta y la llevó hasta el cubo de basura.  Y en un gesto que intentaba volver a parecer natural, se recogió el pelo y se puso un albornoz.  El teléfono había seguido sonando.
 
“Sí dígame”
“Azucena, soy María, vente corriendo para el clínico que Víctor ha tenido un accidente y está muy mal.  Lo único que dice es que quiere verte... Oye....”

El teléfono cayó al suelo al mismo tiempo que ella se derrumbaba sobre el maldito sofá cama.

7 comentarios:

  1. ¡Qué bueno, qué bueno!

    Me gusta mucho. Eso sí, cambiaría un poco el final. Nada unos detalles, mínimos, para darle más sutileza.

    Que la foto sangre ya es suficiente indicio. La escena, la situraría, por la noche a una hora intempestiva. Después de recoger todo y de ducharse, sonaría el teléfono y ahí lo dejaría.

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  2. Me has puesto los pelos como escarpias con la aguja de punto... qué salvaje eres y lo que te gustan los pinchazos! si te pillara Freud...

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  3. Hola Juan. Me alegra te guste. Yo voy apuntando tus consejos para revisar luego convenientemente el relato. Ya te contaré.
    Pedro, gracias por tus palabras. Espero sigas visitando este también tu blog.
    Hola Coda, je je je, me complace haberte puesto los vellos de punta. Eso es que el relato te ha calado. ¿Freud?¿Hablas de mi tío Freud el del pueblo? Besos.

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  4. Vaya, vaya con María, que se entera antes que Azucena del accidente; esa se tenía algo entre manos o entre piernas con Víctor... se cobraba el alquiler en "cannes".

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  5. Antoñito!!! Que sorpresa tan agradable. Me alegra sigas las historias de mi blog. Y también que me cambies el final de la historia, pues en este caso le has dado un giro que yo no había planeado. Seguramente tengas razón y esos dos tuvieran un lío. No se me olvida que me debes un cutty con cola. Un abrazo.

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  6. otro relato impresionante, un beso Benito.
    Ascen

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