viernes, 4 de marzo de 2011

La presentación imprevista .-

El día era frío y lluvioso.  Además, un viento llorón que soplaba insistente, se colaba por entre los pliegues de su falda.  Ana estaba literalmente congelada.  Las manos podían ir a los bolsillos o cruzarse sobre el pecho; la cara podía arrebujarla aún más entre la bufanda y el cuello de la cazadora, o pellizcársela para entrar en calor; los pies podía golpearlos con terquedad contra el suelo o pisar uno sobre el otro...  Pero las pantorrillas...   Y los muslos... ¿Por qué obtusa razón tuvo que ponerse falda aquel día?

No podía más.  Así que cuando vio aquel cartel que anunciaba la presentación de un libro, no se lo pensó dos veces.  Hacía mucho tiempo que no visitaba el Círculo de Bellas Artes, y esta entrada accidental le iba a permitir recuperar un hábito ya casi olvidado, el de las actividades culturales.  Desde que se casó, hace ya casi ¡diez años!, parecía mentira, se había entregado por completo a su familia y trabajo, dejando a un lado todo aquel ritmo de charlas, coloquios, recitales, exposiciones, y otros actos similares que antes, le habían ocupado al menos cuatro, de los siete días de la semana.

Ahora, más calentita, parecía que hasta pensaba mejor las cosas.  Pagó la entrada (quiso recordar que antes no cobraban) y subió hasta el cuarto piso.  El conserje le había avisado que quedaba más de una hora para el comienzo de la presentación, pero ella había ignorado el comentario.  Esperaría tranquilamente.  El salón estaba poblado de sillas vacías.  Ana tomó asiento en la penúltima fila.  Pensó que ese sería un lugar discreto, recoleto, que le permitiría no parecer demasiado entusiasmada con aquel escritor al que realmente ni siquiera había leído. 

Rebuscaba en su bolso, cuando inesperadamente alguien se sentó justo a su lado.  Se trataba de una anciana de aspecto elegante y porte intelectual.  Miró hacia los lados extrañada.  No, no había llegado nadie más, todas las sillas estaban vacías.  ¿Por qué se habría sentado justo ahí habiendo otros sitios más alejados que estaban vacantes?  Ella no lo hubiera hecho.  Pero, bueno, que se le iba a hacer.  Ahora sí que le parecía una señal de mala educación cambiarse de sitio, así que resignada, se cruzó de piernas y cerró el bolso.

Al silencio no le dio tiempo a incomodar.  La señora mayor se volvió hacia Ana, y con una calmada educación la interpeló a preguntas que ni por asomo esperaba.

-         Perdone que la moleste, ¿no será usted amiga del escritor?.
-         No... No soy amiga. – respondió Ana un poco cortada.
-         Ay, no me diga.  Como la he visto aquí tan pronto... 
-         Es que no me gusta llegar tarde a los sitios – mintió Ana.
-         Entonces seguro que es como yo, una fiel admiradora de su obra.  Yo lo sigo hace tiempo.  Me encantan sus libros: qué manera tan peculiar de dosificar los elementos narrativos, qué intensidad en los personajes, qué calidad en el texto.  Realmente es único, ¿no está usted de acuerdo?

Ana asintió silenciosa y se revolvió incómoda en su asiento.  Abrió el bolso y volvió a rebuscar en él para evadir nuevas preguntas.  ¿Dónde estaría el dichoso móvil?.

-         No sé a usted, pero a mí desde luego, lo que más me engancha de su escritura son esas historias tan realistas, pero a la vez tan poéticas, dónde los personajes se confiesan dando una perspectiva global de sus debilidades.  ¿Se ha leído usted ya su último libro?
-         No... todavía no – balbuceó Ana algo nerviosa pues seguía sin encontrar el móvil que le sirviera  de excusa.
-         Yo estoy convencida que su obra es como un cóctel en el que se mezclan, tanto la literatura francesa del siglo diecinueve, como la mejor narrativa americana de los años sesenta...

Ana estaba cada vez fastidiada por esa situación.  La señora no dejaba de hablar como una verdadera erudita, y ella ya casi ni se acordaba del apellido del autor.  Parecía un chiste.  De verdad, que eso no le podía estar pasando.  Eso sí, ella seguía asintiendo arriba y abajo, como si estuviera de acuerdo en todo.  Hasta llegó un momento que ni siquiera escuchaba. 

-         Entonces, ¿estaría usted dispuesta a casarse con él?  Harían muy buena pareja...
-         ¡Perdone! – reaccionó Ana dejando de mover la cabeza. - ¿Cómo dice?.
-         Que sí, que sí, no se lo piense.  Que este hombre es todo un partido, y además muy guapo.
-         Pero que no me piense qué, pero... ¿de qué me está usted hablando? – Ana se giró incrédula.
-         Del escritor mujer, de qué está soltero y creo...

De pronto una mujer entró gritando en la sala, y haciendo alocados aspavientos se dirigió hacia ellas.

-         ¡Mamá! ¡¿Se puede saber qué estás haciendo aquí?!  Llevamos una hora buscándote por todo el edificio.  Es que no se te puede dejar sola.

La anciana del pelo blanco enmudeció repentinamente y agachó la cabeza como si acatase resignada un castigo divino.  Su gesto tan vital hacía un momento, se había ensombrecido.  Esa mujer la agarraba ahora del brazo obligándola a ir con ella.  Ana no sabía lo que estaba pasando, así que también se levantó como en un ademán aclaratorio.

-         Espero que no la haya molestado – se disculpó la mujer. – Estábamos en el cafetería tomando algo, cuando entre charla y charla, nos dimos cuenta que mi madre se había escapado.  Otra vez.  No sabe usted lo qué es esto.
-         No.  No se preocupe que a mí no me ha molestado. – respondió Ana. – Me estaba hablando de literatura y de los libros que ella había leído del escritor este que presenta hoy.
-         No.  Eso no es posible – dijo con una mueca de incredulidad. – Mi madre hace casi diez años que sufre alzheimer, y desde entonces solo abre la boca para comer. 
-         Pues... Pues... Yo diría... – entonces Ana se dio cuenta que era mejor callar, y mientras las mujeres se alejaban, ella volvió a sentarse.

Muda y extrañadamente triste se abrigó todo lo que pudo y salió del edificio.  ¿Por qué se le habría ocurrido salir aquel día?...  Con este frío.  Hubiera sido preferible quedarse en casa con los niños.

3 comentarios:

  1. Qué bien, libros y el Círculo...una seña de identidad. Me gusta mucho la historia -como todo lo que escribes-.

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  2. Esas cosas solo ocurren si te pones falda... es una historia muy mágica, me encanta.

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  3. Libros, frío, falda, tarde de paseo... Oye, quién sabe, quizás un día te pueda ocurrir algo parecido. Todo es cuestión de buscar el acto de presentación.

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