jueves, 14 de junio de 2012

Claraboya, el libro perdido de José Saramago

Portada de ClaraboyaEste libro arrastra una historia de silencio que, previamente a cualquier análisis crítico, es necesario contar. Aunque no se ha publicado en nuestro país hasta ahora, Claraboya nació como novela en 1953. Ese fue el año en que José Saramago escribió esta historia coral, y entregó su manuscrito a una editorial portuguesa, que ignorando el ansia de aquel joven escritor casi novel, lo archivó sin darle respuesta alguna. Dicho manuscrito quedó perdido en algún oculto armario, hasta que casi cuarenta años después, en una reorganización de estanterías salió de nuevo a la luz. Pero su autor ya no estaba interesado en publicar dicho libro, al menos mientras viviese. Aquel oficinista de principios de los cincuenta que buscaba hacerse una carrera como escritor arañando horas a la noche, ya había publicado Tierra de pecado, una obra que paso más bien inadvertida. Y en Claraboya volcaba ilusiones que quedaron baldías en el tiempo.

Claraboya narra la historia de un edificio lisboeta donde seis familias humildes cargan con sus rutinarias vidas. El lector, que curioso mira a través de la ventana que es este libro, se involucra en el cotidiano devenir de unos personajes marcados por la desesperanza. En aquellos momentos de dictadura férrea de mitad de siglo, las desilusiones personales hacen que la vida familiar más que un remanso de armonía, se convierta en un oscuro abismo de frustración. El autor nos enfrenta al mundo de las apariencias inventadas, de los malos tratos, de la sexualidad prohibida, de las conversaciones vecinales y las más filosóficas, de las penurias y las utopías sin sentido. Nos conduce discreta y pausadamente al interior de cada vivienda para que seamos privilegiados espectadores de los conflictos, las ansias y los sentimientos de cada uno de sus  inquilinos.

La vida acostumbrada y habitual se inicia tras cada puerta: el zapatero Silvestre comienza su jornada en el taller mientras Mariana arregla la casa; Adriana sale para el trabajo mientras su hermana inicia la labor de costura junto a su tía y su madre; Justina, siempre de luto y siempre discutiendo con un cruel marido; el matrimonio de Carmen y Emilio que no pasa por sus mejores momentos, agravados por la morriña continua de la gallega; Anselmo y Rosalía, que viven por y para su hija, incluso por encima de sus posibilidades; y Lidia, la bella y seductora mantenida que deja pasar el tiempo. En este escenario del que podría ser un barrio cualquiera, irrumpe un nuevo y decisivo personaje: Abel, el inquilino que ocupará la habitación vacía de la casa del zapatero, un joven de espíritu libre e inconformista, pesimista seguidor de Shakespeare, que pone en duda cada uno de las enseñanzas que saca de los muchos libros que le acompañan.

Aunque escrita con una prosa más convencional, en esta novela de juventud, Saramago ya deja entrever la esencia que definiría finalmente su obra: la economía narrativa para dibujar personajes, el vocabulario profuso y variado, la reflexión continua, la ironía bien medida, sin llegar al sarcasmo. En esta línea, los protagonistas quedan perfectamente dibujados dentro de una trama de ritmo firme y absorbente. Las mujeres, por su parte, demuestran un marcado carácter que se contrapone al hombre más reflexivo y solitario. En definitiva, estamos ante un duro retrato de esa sociedad cenicienta y gris, plagada de ahogos y escasez, que acompañó la dictadura de Salazar.

José SaramagoSi normalmente los escritores se desdoblan en todos sus personajes, aquí Saramago podría identificarse con Abel, de joven, y Silvestre, de mayor. Claraboya representa esa literatura sobresaliente de personajes universales, que se mueve entre el reflejo crítico más duro y la feliz emotividad que producen las pequeñas cosas.
No más desprecio, no más indiferencia. Ahora era odio lo que sentía. Odiaba al marido y se odiaba a sí misma. Recordaba que se había entregado con la misma furia con que él la poseía. Dio unos pasos indecisos en la cocina, como si estuviera en un laberinto. Por todas partes, puertas cerradas y caminos sin salida.”
“Pero no quería atarse porque, entonces, sería confesar la inutilidad en la que vivía. ¿Qué había ganado haciendo un rodeo tan largo para, al final, llegar al camino que seguían otros y que absolutamente no deseaba?”

José Saramago (Azinhaga, 1922-Tías, Lanzarote, 2010) es uno de los escritores portugueses más conocidos y apreciados en el mundo entero. En España, a partir de la primera publicación de El año de la muerte de Ricardo Reis, en 1985, su trabajo literario recibió la mejor acogida de los lectores y de la crítica. Otros títulos importantes son Memorial del convento, La balsa de piedra, El Evangelio según Jesucristo, Ensayo sobre la ceguera, Todos los nombres, La caverna, o Caín. También cultivó la poesía, el relato breve y el cuento infantil. Mención aparte merecen sus libros autobiográficos Las pequeñas memorias, o El Cuaderno. Además del Premio Nobel de Literatura 1998, Saramago fue distinguido por su labor literaria con numerosos galardones y doctorados honoris causa. La Academia Sueca destacó sobre todo su capacidad para «volver comprensible una realidad huidiza, con parábolas sostenidas por la imaginación, la compasión y la ironía».

Reseña publicada en la revista

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