viernes, 4 de febrero de 2011

Aquí Águeda, dígame .-

Hoy puede ser un gran día, plantéatelo así.  
Bien temprano y con esta alegre melodía bailando en su cabeza, se ha levantado de la cama y se ha calzado sus mejores zapatillas de estar por casa, las más cómodas, quizás también las menos viejas.  Ya en el baño, se ha cepillado tranquilamente la larga y cada vez más escasa cabellera blanca, y ayudada por un buen puñado de pinzas se ha hecho un moño alto bien prieto.  Cada día le cuesta más peinarse, pues la artrosis ha hecho estragos en sus manos, pero no deja de hacerlo así llueva o nieve.  Tiene claro que el día que no lo haga, ese será un mal día.  Luego, del armario ha tomado el vestido negro de cuello cerrado que le regaló su nuera el pasado año.  Y también el delantal oscuro de cuadros, aquel que tanto gustaba a su pobre Paco, que dios tenga en la gloria.  El día lo merece.  
Los rayos de un sol madrugador han empezado a colarse por las rendijas de la persiana, que nunca está del todo bajada.  La ausencia de cortinas hace que el salón se inunde de luz con las primeras horas.  Y allí, en el sofá grande y al lado del teléfono se ha sentado Águeda.  Bien aseada y arreglada, solo le queda esperar.  Aunque la empresa pueda no parecer sencilla, y los ochenta y algún años ya le pesen, ella se cree todavía con la vitalidad de hace diez.    
Suena el teléfono.  Incluso la mesita de formica que lo soporta ha empezado a vibrar con los timbrazos.  Pero ella deja que pite hasta tres veces, para luego, con mucha parsimonia y tranquilidad responder.

-       Aquí Águeda, dígame  -
-       Buenos días Sra. Águeda.  Ummmm  -  tras el auricular la persona titubea  -  No sé por donde empezar, ni como.  Es que me da un poco de vergüenza.
-       No se preocupe  -  intenta tranquilizar Águeda  -  Piense que podría ser su abuela, o mejor, que podría ser su vecina.  Venga mujer, no tenga apuro, cuénteme.  ¿Cómo se llama?
-       Bien pues resulta que... Me llamo Dolores... resulta que... que tengo hemorroides.  Pero me da mucha, mucha vergüenza ir al médico. El picor es a veces insoportable, mi marido me mira y se burla: “un día vas a sacar petróleo de tanto rascarte”  -  imita la voz masculina  -  A la que te voy, que a ver si usted sabe de un remedio casero.

De pronto, el teléfono de Águeda indica con dos pitidos entrecortados que le está entrando otra llamada.  Piensa: ¡Que casualidad!, ahora se me van a juntar todas las llamadas.  Pero actúa rápido.

-       Dolores no cuelgue usted, espéreme un segundo por favor  -  Y siguiendo las indicaciones que le dieron en telefónica, pulsa el botón de espera del aparato y vuelve a responder  -  Sí dígame.
-       Buenos días, soy Amparo  -  su hermana pequeña que va como siempre acelerada  -  Tengo que ir por tu barrio y he pensado acercarme a tu casa ....
-       Amparo, ahora te llamo que me pillas ocupada con otra cosa.  Hasta ahora  -  Y vuelve a pulsar el botón para recuperar la llamada anterior.
-       Dolores, ya estoy aquí  -  intenta retomar rápidamente el hilo de la anterior conversación.

A veces le falla la memoria.  Nada grave, pero a ella le preocupa.  Ella que nunca ha olvidado ni la tabla de multiplicar que aprendió cuando tenía seis años.  Sí, muy niña, pero es que en eso de los aprendizajes ella siempre ha sido muy precoz.  Pues eso, que a veces parece como que le cuesta recordar algunas cosas, y extrañamente las más cercanas.  Así que tras una visita rápida al médico de cabecera, éste le había recetado unas pastillas rojas muy buenas, que le estaban funcionando fenomenal.

-       Usted quería.... ah! algo para las almorranas, pero casero.  Hija y no le vale la crema que anuncian por la tele, esa puede comprarla directamente en la farmacia sin necesidad de ir al médico.
-       No Águeda, no me vale.  Mi parte se ha acostumbrado ya y es como el que tiene tos y se rasca el tobillo, vamos que no me hace nada.
-       Bueno, a ver, yo recuerdo de mi abuela un remedio casero que creo funcionaba muy bien:  se cuece un membrillo, se tritura bien para hacer una especie de crema, y luego se mete en la nevera.  Una vez bien fría, se debe usted untar esta crema en la parte como si de una pomada se tratase varias veces al día, según le duela.
-       ¿Y usted cree que eso me va a funcionar?
-       Y si no le funciona Dolores, pues se olvida de vergüenzas y se va al médico que es quien mejor le puede tratar estas cosas  -  sentenció Águeda  -  Y ahora cuelgue que le va a salir muy cara la llamada.

Desde luego, piensa Águeda, la gente cada vez es más rara.  Esto no pasaba en mi época.  ¿O será más bien, que a mi edad ya no tengo miedos ni reparos?.  Pero bueno, tampoco está mal, para ser la primera llamada. 
Hoy era el día que su artículo salía impreso en el periódico local, así que no debía esperar milagros.  O al menos, eso se iba diciendo ella misma.  Además, si esto lo he hecho para estar entretenida y así, a la misma vez, me siento más acompañada.  Ahora tengo que llamar a mi querida hermana, a ver que tripa se le ha roto.  Que nunca viene a verme y tiene que ser hoy, precisamente hoy, cuando quiera hacerme una visita.
Con la misma diligencia que contestó a la llamada, decide antes de nada, tomarse un buen desayuno, que luego no sabe si se le echara el tiempo encima.  Que ironía, sonríe, apurar el tiempo así, ahora, que a la vejez, si algo precisamente nos sobra es tiempo.
Tras su pan con aceite diario y leche caliente manchada de café, decide ponerse otra vez en marcha.  Y se ha vuelto a sentar en el sofá, cerca del teléfono. Ring, ring, ring… Parece que me ven, piensa mientras responde nuevamente al teléfono.

-       Aquí Águeda, dígame. -
-       Buenos días.  Mire yo llamaba  -  una voz femenina joven tras la línea  -  porque me gustaría saber cómo se hacen las gachas, pero esas de siempre, las que se comían en los pueblos.
-       Sí hija, gachas, las gachas de toda la vida - contesta Águeda que ahora se le va el pensamiento a los años del hambre después de la guerra  -  Pero si tu debes ser muy joven y eso, yo creo que no lo has comido tú en tu vida.  ¿Para qué quieres saber cómo se hacen las gachas?
-       Es que mañana viene del pueblo la abuela de mi novio, que tiene más años que Matusalén  -  responde la joven un poco indignada  -  Y a mí se me ocurrió preguntarle a Rubén, mi novio, qué comida podríamos prepararle para comer.  Y va y me suelta que gachas, que a su abuela eso es lo que más le gusta en el mundo.  ¡¿Por dónde preguntaría yo nada?!
-       Pues mira eso es muy fácil.  Apunta: si vais a ser tres para comer con que utilices un cuarto de harina tienes de sobra.  Bueno, a lo que vamos:  echas en la sartén cuatro cucharadas de aceite y unos granos de anís, cuando esté caliente añades la harina y remueves, ten cuidado no se queme;  agregas medio litro de leche y sigues removiendo para que no se haga grumos, luego le pones el azúcar y sigues moviendo, hasta que espese.  Y ya está  -  Águeda lo ha dicho del tirón, quizás lo cuenta como si ella misma lo estuviese haciendo, pero piensa que esa es la mejor manera.
-       Anotado.  Si tengo alguna duda, la vuelvo a llamar.  Muchas gracias sra. Águeda.

Hace mucho tiempo que ella no hace gachas.  Quizás precisamente por todo lo que le pueden recordar:  aquellos años de hambre, miedos y muerte.  Se comían hasta las mondas de patata.  Qué mal lo habían pasado.  Su Paco había luchado en el bando republicano, pero más que por ideas, porque la guerra lo encontró en ese lado.  Cuando todo acabó, estuvo durante mucho tiempo temeroso que le llegara una condena, desde el propio gobierno franquista o por el chivatazo de algún vecino... Que tristeza, cuanta pena.  Se echa las manos a la frente, como intentando borrar todo aquello.
Bueno, pues nada, vamos a lo nuestro, ya está la segunda, piensa alegremente colocándose bien el delantal y cruzando los brazos sobre el pecho.  Qué satisfacción, la del trabajo bien hecho... Y yo que pensaba que no me iba a llamar nadie Vamos por otra.  Venga suena ya, le dice al teléfono.
Y así es.  El aparato vuelve a sonar.  Una, dos y hasta tres veces:  una quemazón de la plancha en la camisa blanca del marido, un geranio lleno de pulgón, otra receta casera.  Para todo ha tenido respuestas adecuadas y sencillas.  Está realmente satisfecha y muy contenta.  Además, si es que el tiempo se le ha pasado volando.  Ya es casi la hora de comer.
Llaman a la puerta.  Había olvidado la visita de su hermana.  A ver que le suelta cuando la vea tan arreglada y con la comida todavía sin hacer.

-       Águeda, ¿me puedes decir qué es esto?  -  Amparo ha entrado como una exhalación y ahora le está señalando con un índice acusador el periódico local  -  Cuando lo he visto no me lo podía ni creer.  Y menos mal que me ha avisado la Patro, que si no, ni me entero de lo que has montado en tu casa.  ¿Te parece bonito, a tu edad, en tu estado?  -
-       Pasa para dentro y no des voces en la puerta de la calle, coño, que ganas de dar tres perras al pregonero  -  Águeda la empuja hacia el salón, mientras intenta darle una explicación que la calme.
-       Pero si no hace falta que yo lo diga, si se va a enterar todo el mundo, en cuanto lea esto  -  la hermana levanta el periódico y cerca de la cara lee en voz aún más alta  -  CONSULTORIO DE ÁGUEDA = remedios caseros, recetas, plantas, salud, belleza y si se tercia amor.  Teléfono 914732213.  De 8:00 a 20:00  Al principio pensé, será otra Águeda, pero cuando veo tu número... Explícamelo por favor antes de que me ponga más nerviosa.

Su hermana no entendería nunca lo que ha hecho, por muchas explicaciones que le diera:  que se siente sola, que las horas se le pasan vacías, que la televisión le aburre, que necesita un aliciente para seguir levantándose cada día o que ya se ha cansado de rezar rosarios.  También podría decirle que le duelen las rodillas y la cintura por ese orden, cada día más, y que por tanto, cada vez sale menos a la calle.  Que hay veces que tiene que comer pan duro migado en leche, porque no puede ni andar a comprar el pan de lo que le duelen las piernas.  Pero nada de esto entendería.   Ella es bastante más joven, fue la última hija que llegó de manera inesperada.  Ella está casada y tiene que bregar todavía con un marido jubilado que no suelta el mando de la tele, y un hijo mayor que cada año que pasa es más haragán y sinvergüenza.  Sus problemas son totalmente otros.  Ella no entendería verla de otra manera que no fuese tranquilamente viendo pasar la vida.  No, no podría entender lo que había hecho.
Así que decide no darle explicaciones.  Se mantiene callada mientras Amparo no para de gesticular y criticar lo que según ella es una acción descerebrada.
El teléfono vuelve a sonar.   Águeda prefiere no cogerlo y así no soliviantar más a su hermana, que sigue gesticulando y gritando.  Ella, sin embargo, tiene ahora otra preocupación más importante que aquellas voces y opiniones discordantes, y esa era su nuevo trabajo.
Suena nuevamente.  Y hasta una tercera vez.  Ya no puede más y agarrando suavemente a su hermana del brazo la acompaña despacio hasta la puerta.

-       Amparo, tengo mucho trabajo.  Ya ves que no para de sonar el teléfono.  Ahora no puedo atenderte.  Así que por favor si tienes algo que comentarme, con tranquilidad, me llamas a partir de las ocho de la tarde que cierro el consultorio.

Y volviendo al salón y al auricular:

-       Consultorio de Águeda, dígame.  -

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