viernes, 18 de febrero de 2011

El sueño .-

Era la primera vez que me ocurría algo así.  Me había despertado al oír mi propio grito.  Ese grito, que por necesidad tuvo que despertar a mi vecina, cuyo dormitorio está pared con pared al mío.  Pero nadie se acercó a mi puerta, nadie llamó al timbre ni se preocupó por ese lamento desgarrado que inconexo y bravo salió de mi garganta.  Jamás pensé que ese fuese mi grito de terror, más bien imaginaba sería como el chillido de un  niño temeroso.  Pero no, ese era un alarido de hombre, acojonado, pero de hombre, adulto.  Todo el mundo ha tenido pesadillas alguna vez, y algunas incluso tan reales que te hacen temblar sobre la cama.  Pero en este caso, mi pesadilla era otra cosa, era física, la sentía sobre mi cuello:  ese espectro, esa blanca señora con blanco pelo y fuertes muñecas, me ahogaba sin yo poder hacer nada... Y cuando ya creía que no iba a reaccionar, cuando pensaba estar mudo, entonces surgió mi voz desgarrada para rescatarme de ese blanco sueño de muerte.  No estaba sudoroso, ni despeinado, ni había revuelto la cama, ni aún siquiera, había saltado como un resorte.  Tantas veces viendo esto en las películas, pensé que sería igual en la vida real, pero no, no es así, casi ni me había movido.  Sí que me desvelé bastante asustado e intranquilo, incluso cansado, como si llevase toda la noche corriendo.  Cauteloso me puse unas chanclas y encendiendo todas las luces a mi paso, me fui hasta la estantería del salón para coger un libro.  Necesitaba borrar ese delirio como fuera.  Aunque eran solo las cuatro de la madrugada, me puse a leer hasta bien entrada la mañana.  Está claro que el libro elegido, aún cuando lo cogí al vuelo y sin pensar mucho, sí que me enganchó sobremanera, pero no me permitió relegar aquel oscuro sueño. 
Tras haberme dado una ducha caliente y desayunado frente al televisor, seguía teniendo latente la noche  pasada.  Y una vez arreglado el salón, y planchado unas cuantas camisas, todavía, seguía teniendo esa pesadilla en mi cabeza.  Ahora, con un café recién hecho y frente al ordenador, me doy cuenta, que no he olvidado nada.  Así, que no se me ocurre mejor forma para conjurar ese mal sueño, que contarlo. 

Un chaval de unos doce años, se levanta temprano en la habitación desnuda de una casa vieja.  Como cada mañana,  mira por entre los visillos, disimulado, sin encender la luz (sé perfectamente que ese chico soy yo, no me veo la cara pero sé que soy yo).  Los últimos días siempre le despierta el mismo chirrido:  un carro de la compra oxidado del que tira la vieja Pura “la Pelusa” que vive dos puertas más arriba.  Siempre va de negro, con una toca oscura que ha perdido el brillo de tanto lavarla.  Destacan las arrugas profundas de su piel blanquecina, unos brazos fibrosos, y un moño alto en el que se recoge una melena blanca de muchos años sufridos.  Como cada día, se para justo en mi puerta y mira hacia la ventana tras cuyos sucios cristales me agazapo.  Sabe que estoy ahí, observando, espiando sus pasos en el desigual adoquinado.  Y esa mirada me amenaza, me incita a callar y a volver a la cama.
Me visto rápido y casi sin desayunar, corro hacia la huerta de Pura.  Me pilla de camino al colegio.  Desde que su marido desapareció (dicen que se fue con una rusa joven del burdel), es ella quien se encarga de trabajarla.  La observo desde arriba del camino:  excava un hoyo en la tierra blanda y arañando con las manos, va enterrando unas bolsas que muy despacio ha ido sacando del carro.  Una ráfaga inesperada de viento me trae un olor a carne putrefacta y a calabaza reseca.  De pronto, se gira y me descubre nuevamente, amenazadora.  Corro sin parar y sin mirar atrás.
Durante varios días esta ceremonia de miradas y oscuros bultos se repite.  Hay veces que en mi huída caigo de bruces sobre un charco, pero raudo me levanto y sigo corriendo.
Una noche de curiosidad insomne, decido poner fin a mis divagaciones y destapar qué es lo que la vieja “Pelusa” esconde entre las tomateras y las matas de calabacines.  Armado de un pequeño azadón y alumbrado solo por la luna, comienzo a hurgar la tierra que receptiva me deja indagar en su secreto.  Cuando el olor nauseabundo me obliga a parar, surgen del terreno unos trozos de carne llena de gusanos.  Una nube ha tapado la luna y el viento silba fuerte entre los matojos.  Ahora aparece una mano, luego una oreja, un trozo de pie....  ¡Puag! ¡Qué asco!  La nube se marcha y el influjo de la luna despierta una esbelta sombra que la negritud me había evitado.  Me giro bruscamente y descubro a “la Pelusa” que intenta agarrarme del cuello.  Salto hacia delante, pero torpe en esa ciega huída vuelvo a caer entre los tomates que se revientan bajo mi espalda.  Ella me persigue, con un holgado y enorme camisón blanco, su pelo níveo ahora suelto y esas pálidas manos abiertas como tenazas.  Se abalanza sobre mí y con sus brazos aún fuertes, me bloquea.  Comienza a apretar los huesudos dedos sobre mi garganta. 
   
Y ahí me despierto.  No sé por qué se me aparece de pronto esta señora de la infancia que murió hace tanto tiempo, que ya casi se había borrado de mi recuerdo.  En algún sitio leí que los sueños siempre están ligados a la realidad, y que por tanto, éste pudiera ser la explicación de algo que se ha quedado sin cerrar, sin aclarar.  Pero, prefiero no pensar.  No tengo ánimo, ni ganas, solo ojeras y muchas ansias de dormir... a pierna suelta.

5 comentarios:

  1. Hola, vaya historia benito! ya te hablare de la Concha frita y la Clementina, vecinas de mi pueblo.

    Nos vemos

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  2. Bueno Higinio pues ya me contarás. Y si son interesantes pues también les escribimos un cuento. Solo espero que al menos, no se te aparezcan en sueños. Un abrazo.

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  3. Me ha encantado, Benito. La vieja Pura, ¿existió de verdad en tu infancia?
    Deberías hacer un corto con esta historia.
    Ceci

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  4. Me lo he leído de pé a pa.

    ¿Que te parece "La Pelusa" como título? ¿O el "Secreto de las tomateras"?

    Me gusta más que algo tan genérico como "Sueños"

    Bueno, era una idea...

    bss voy a por otro!!

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  5. Hola Ceci, aunque se trate de un desvaído sueño, me gusta que te guste. La vieja Pura sí que existió, pero en una infancia muy lejana ya. Por eso me extrañó apareciera de pronto. Entonces fue cuando se me ocurrió contarlo.

    Hola Blanca, me voy a plantear lo de los títulos, aunque yo si te soy sincero, para eso soy muy sencillo y escueto: tomo las primeras palabras que se me ocurren y ya está. Pero prometo pensarlo para las siguientes historias.

    Besos.

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